No puedo comenzar estas líneas sin recordar con el mayor de los respetos a Cristian Martin, alcalde de El Escorial. Llego incluso a culparme por el hecho de tratar asuntos «secundarios» cuando, al mismo tiempo, alguien a quien conoces, alguien con quien has tratado, a quien has entrevistado en muchas ocasiones, lucha por vivir. Es terrible, pero la vida es así. Y la vida política es cruel. Hasta el punto de que continúa mientras esperamos noticias de su evolución.
Y la vida política municipal, además de cruel, se torna interesante, entre otras, por latitudes villalbinas. Interesante sin dejar de ser ciertamente vergonzoso el cariz que llegó a tomar la ruptura entre socios de un gobierno que, desde el minuto 1 ya daba muestras de ser poco «colegas». De socios a enemigos acérrimos. Una transición que muchos veíamos venir y que, para algunos de los protagonistas ha tenido que suponer un verdadero calvario, una «vía dolorosa» en grado sumo. Cerca de 1.300 días de padecimiento.
Que Bernardo Arroyo haya reconocido en público que estos años han sido un continuo desasosiego por ver irregularidades, componendas e incluso actos delictivos a su alrededor nos conducen a dos alternativas posibles respecto a su papel en sede consistorial, (además de la responsabilidad aludida): o le va la marcha o bien ha ido allanando el camino hasta conseguir que todos gritemos unánimemente “Santo súbito”. De lo contrario, nadie se explica esa cohabitación de más de tres años y medio con el enemigo.
A la espera de saber qué dice la justicia acerca de la polémica oposición que ha derivado en este conflicto, yo tengo que remitirme a lo manifestado en SER Madrid Sierra por una de las aspirantes a la plaza: aquello olía mal desde el primer momento. Estamos todos sentados en el banco de la paciencia. La misma paciencia que hemos venido manteniendo durante todos estos años.
Ahora, tenemos dos mártires: Mariola, por el sufrimiento soportado y Bernardo, por el temple demostrado. Gritemos juntos: ¡Aleluya!
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